El terroir vitivinícola determina el sabor de nuestra bebida. Y ese terroir no es ni más ni menos que las condiciones geográficas y el clima en el que crecieron los viñedos.
Por eso, cuando tomamos una copa de vino, además de un tipo de uva estamos ante la “interacción del suelo, el clima y la cultura de los viticultores para realizar las distintas tareas del viñedo” nos cuenta Marcelo Canatella, ingeniero agrónomo de Alba en los Andes.
Las condiciones ambientales del viñedo en el que crecen las uvas como la orientación, el clima, la presencia de rocas o minerales en el suelo, la latitud o la altura dan ese sabor y aroma que sentimos al consumirlo.
La columna vertebral de la Argentina
Los viñedos argentinos se desarrollan con la particular presencia de la Cordillera de los Andes, que aporta características únicas al sabor de la uva. La Cordillera tiene mucho impacto en la altitud porque funciona como una barrera que nos separa con el Pacífico y de toda la humedad que pueda llegar a influir sobre nuestro terreno. Esa altitud hace que nuestros viñedos crezcan, literalmente, en un desierto. Sin embargo, en términos cualitativos, a más altura hay mayor amplitud térmica y mayor impacto de la luz, lo que da como resultado vinos mucho más concentrados.
El color y el aroma de las uvas de Uco
“Gracias a la altura del suelo en el Valle de Uco, los viñedos se ven beneficiados por la marcada amplitud térmica y la luz clara y constante que tiene efectos directos sobre el color y el aroma de las uvas”.
Marcelo Canatella, ingeniero agrónomo Alba en los Andes.
En conclusión podemos afirmar que el terroir es el alma de un vino y puede percibirse con todos los sentidos a través del color, el olor, el sabor y la textura, así como las sensaciones que produce en quienes lo consumen. Es la expresión de la identidad de la tierra en una copa.
En Alba en los Andes el trabajo que se lleva a cabo para lograr esa conjunción es artesanal, casi orgánico y se ve reflejado en cada botella.